martes, 22 de enero de 2013

EL TIEMPO DE LAS PRÁCTICAS


El tiempo no “camina” ni veloz ni lento: todo hecho es igualmente irreversible. Por el contrario, el ritmo del tiempo cambia notablemente según los períodos históricos.
Ágnes Heller

Galería Central, calle 7ª y carrera 6ª. Popayán 1930

El tiempo de las prácticas en Popayán, abre el cerrojo a los mundos posibles de ser, hacer y estar en la ciudad. Son tiempos indiscernibles pero organizados a partir de las prácticas de sus habitantes, donde se hacen y deshacen los valores individuales y las relaciones sociales. Tiempos que nos relacionan horas, días, años, pero más allá de eso son tiempos que desnudan otro cuerpo simbólico, social y cultural de la ciudad. En este sentido, los expedientes judiciales encontrados son reveladores de la esencia del tiempo social y de la vida misma que atravesaba la ciudad de las prácticas en Popayán y que permite sustraer parte de esa realidad silenciada por la ciudad del discurso letrado. Ya no es el tiempo lineal y encubridor del discurso letrado, es un tiempo zigzagueante, desequilibrado y desintegrado social y moralmente, en el que los hombres y mujeres reñían y resolvían su vida en la inmediatez de sus necesidades.

Una dimensión importante del tiempo y la vida social en Popayán, era la noche y la vida nocturna. Muchos habitantes de Popayán de acuerdo a la regulación cristiana del tiempo, consagraban la noche al sueño, al descanso, era el final del día y de las jornadas de trabajo. Era el momento para compartir un rato en familia y agradecer a Dios las bendiciones recibidas antes de dormir. Para otro(a)s era la continuidad de sus actividades o el inicio de otras, horas robadas a las rutinas diarias y comportamientos liberados de la vigilancia y presión social.

La noche se convertía en una posibilidad económica, de diversión, de romance, de placer, de encuentros casuales o el momento preciso para el hurto. El encanto de la noche traía a Popayán fugaces placeres a los hombres y mujeres, que encontraban en la oscura ciudad una liberación de sus instintos y deseos, reprimidos por la vigilancia religiosa, política y social, vigilancia que se relajaba en las noches.

Relaciones furtivas e “ilícitas” se consolidaban en las oscuras noches payanesas. Todo empezaba en las cantinas o bares que a su vez funcionaban como casas de lenocinio, al ritmo de la música y del licor, conversaciones entre amigos y “chanzas”. La fiesta y el baile se apoderaban de los cuerpos y el juego del coqueteo entre hombres y mujeres hacía su aparición. Las meretrices entraban en escena, las más jóvenes tenían diez y ocho años y trabajaban para el o la dueña(o) de la casa de lenocinio quien les designaba una pieza para que vivieran allí, era la dueña o el dueño del establecimiento, quien autorizaba los encuentros íntimos y los permisos para que las meretrices pudieran salir del establecimiento en compañía de algún hombre. Transcurría la noche y los cuerpos excitados de hombre y mujeres invadidos por el licor, después del romance entraban en conflicto. 


En la mayoría de ocasiones los encuentros amorosos y sexuales terminaban en riñas y escándalos callejeros producto de las “borracheras” y los celos. Algunas meretrices disputaban entre ellas, por celos la compañía de determinado hombre, se insultaban y reñían propiciándose graves heridas.
“Me llamo Elisa Arango, vecina de esta ciudad, soltera, meretriz, mayor de edad, alfabeta y sin motivo de tacha legal. El sábado veintiuno de los corrientes, siendo las seis de la tarde más o menos, llegó a mi establecimiento de cantina, sito en la calle doce, Teresa Arrubla con unos jóvenes que estaban disfrazados con motivo de los carnavales y sin pedir nada de bebida se pusieron a bailar, y como María Amalia Jaramillo estaba bailando con Adaucio Sánchez, se disgusto Teresa por eso y principio a echarle sátiras y salio enseguida con los compañeros sin que María Amalia le hubiera parado bolas al asunto.Luego como de la una a las dos de la mañana (...) regreso Teresa Arrubla, acompañada con Alba N. y Nely N que viven donde Luís Álvarez, estando disfrazada Teresa, principio a bailar y hablar de Adaucio alias “farolito” y de hija de puta refiriéndose a María Amalia y decía que lo que era a esta puta le vaciaba las tripas, y que con el macho de ella nadie se metía, entonces el cantinero Alfonso Arango, le dijo que no buscara pleito a las muchachas del establecimiento y Teresa le dijo que si le dolía mucho que se metiera con ella, que también lo vaciaba. Como en este momento María Amalia estaba bailando con un tipo desconocido, saco la navaja Teresa y aprovecho en el momento que María Amalia le dio la espalda y le dio dos chuzones en la espalda y enseguida salió corriendo, para la cantina de Luís Álvarez en donde vive. Después de eso al ver que estaba herida María Amalia, yo fui y llame a dos agentes de policía quienes me dieron la protección e inmediatamente se fueron a donde Luís Álvarez y sacaron a Teresa quien se había escondido en una pieza y la condujeron al Permanente y a la herida al hospital a la curación de urgencia.”[1]
Expediente por lesiones personales. 1942 
Fuente: Archivo Palacio de Justicia
En el día la mendicidad era una de las prácticas sociales que más se hacía evidente en Popayán en las primeras décadas del siglo XX. Los pobres, los desamparados y los que tenían alguna discapacidad física, hombres, mujeres y niños, recorrían las calles en busca de la limosna de los “buenos hijos de Dios” que habitaban en Popayán.
De una sociedad tan religiosa, tan conventual, con tanto acatamiento por los mandamientos cristianos, como se definía Popayán en el discurso, que en el IV centenario honró a Toribio Maya como símbolo de la caridad payanesa, se esperaría la misericordia hacía el prójimo sin rechazo alguno, sin embargo para la élite de la ciudad, la indigencia era motivo de repudio, temor y consideraban que los indigentes daban mal aspecto y amedrentaban a propios y turistas a su paso. 

Para evitar las “impertinencias y molestias” que ocasionaban los indigentes a los habitantes de la ciudad, la élite política de Popayán reglamento esta práctica. Consideraban que era alarmante el número de indigentes que imploraban la caridad pública y que muchas de estas personas podían trabajar para su sustento y otras podían ser mantenidas por sus familias. Con esto, el alcalde de la época, Ramón Rada, a través de decreto ordena:

“(...) Art. 1. Para mendigar públicamente se necesita de una patente que expedirá este despacho en vista de certificado que extienda el médico municipal, en el cual debe constar la invalidez o imposibilidad para consagrarse a trabajo alguno.
Art. 2. Además del certificado del médico municipal, el que solicite la patente para mendigar, debe comprobar la carencia absoluta de renta o beneficio que le proporcione alimento y abrigo necesarios, y que carezca de miembros de familia que se los suministren.
Art. 3. Los que obtengan patente para mendigar públicamente, sólo podrán hacerlo en los días martes y sábados de cada semana, y, en ningún caso, en otro día, so pena de ser privados de la patente (...)
Art. 4. Los indigentes deben pedir limosna en las casas y no a las personas en las calles y plazas. (...)”[1]

 “En el nombre de Dios le pido una limosna”
Fuente: Archivo Palacio de Justicia.
Con esta medida, sin ofrecer ninguna solución de por medio, se buscaba reducir el exceso de indigentes y mendigos en las calles y parques de la ciudad, que perturbaban la tranquilidad de sus transeúntes. Un periódico local escribía en 1938:
Entiendo que la mendicidad está reglamentada en el distrito, y sin embargo es imposible andar por las calles de Popayán porque a cada instante se ve asaltado el transeúnte por las continuas peticiones.
Ya no se puede entrar ni a los restaurantes, ni a los cafés, porque allí van a importunar. Y lo peor es que algunos de estos pordioseros ostentan a la vista de las autoridades de higiene, malos olores, inconfundible tuberculosis y otras enfermedades contagiosas.He visto ya aquí, madres ejerciendo de pobres, y durmiendo con sus hijos en los umbrales de casas contiguas al parque. Y hay otros peores: los pordioseros borrachos e impertinentes.Habiendo asilos y estando reglamentada la mendicidad, debe el Alcalde, enérgicamente impedir la molestia que se causa a los ciudadanos. Esto no va contra la caridad porque a todos los ciudadanos podría pedírseles una limosna mensual y gustosos la darían a cambio de verse libres de las molestias dichas.[1]
Popayán, Parque de Caldas. 1930 
Fuente: http://www.flickr.com/photos/jmarbol/4625139603/in/photostream/
Pero ¿Cómo se articulaba al discurso letrado de ciudad, ese universo social que se desbordaba del mismo?


[1] Luis Carlos Iragorri. Por la Ciudad. Semanario Claridad.1938. ACC


[1] Archivo Alcaldía de Popayán. Libro 2, decreto número 10 del 6 de Abril de 1922.


[1] 21 de junio de 1942. (AJP.)


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